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sábado, 6 de octubre de 2012

ARTÍCULO DE PEDRO PIÑERO: ROMANCERO Y FLAMENCO


  Artículo sobre el tema que en los últimos posts nos ocupa, el Romance, se trata de una conferencia de Pedro Piñero, titulada: Romancero y Flamenco. Os dejo el artículo y el enlace. Creo que es un artículo bastante interesante, resume la historia y evolución del romancero, romances más conocidos y su relación con el flamenco. Espero que os guste. Saludos flamencos.





ROMANCERO Y FLAMENCO
(Pedro Piñero)



   "Me ha dicho Bonela hijo que esta noche nos va a cantar el Romance del Conde Niño, y me parece un acierto, y un regalo para todos nosotros, porque así vamos a poder escuchar una vez más este preciso romance, justamente en la versión que, hace bastante tiempo ya, grabara el gran Antonio Mairena. El texto completo dice lo siguiente:

Se levantó el Conde Niño una mañana de San Juan
y a dar agua a su caballo y a la orillita del mar.
Mientras su caballo bebe echaba el niño a cantar:
águilas que van volando ¡ay! se paraban a escuchar.
La reina que lo estaba oyendo en su palacio real:
–Mira, niña, cómo canta la serena de la mar.
–No es la serena, mi mare, ni tampoco el serenal,
que es el hijo del rey Conde, ¡ay! que por mí penando está.
–Si es el hijo del rey Conde cuatro tiros le han de dar.
¡Ay! Otros cuatro a su caballo, y a la orillita del mar.–
Pasa uno y pasan dos y la niña mala está:
mueren la niña y el Conde; ahí los llevan a enterrar.
Y Jesús de los Milagros hizo florecer un rosal
con un letrero que dice: “Harto de tanto penar”
“Desgraciaíto, desgraciao del que llevó su caballo al agua y se lo trajo sin beber”.

   Este bello texto es uno de los romances más extendidos por la tradición moderna, desde el siglo XIX hasta hoy. Todavía se oye, y mucho, por la Península, y naturalmente por tierras andaluzas, donde hemos recogido en nuestras investigaciones numerosas versiones, muchas de ellas muy parecidas a la que cantaba Mairena y canta ahora Bonela. Lo más llamativo es que este romance se conocía ya en el siglo XV, y es uno de los más tempranamente documentados en la tradición antigua. Su primera noticia se encuentra en un cancionero londinense del Cuatrocientos.

   Es esta una de las baladas más hermosas no sólo de entre las españolas, sino también de las europeas. Una apretada gavilla de motivos folclóricos, que tienen mucho que ver con los preferidos en numerosas coplas flamencas, conforman el tema, un tema por cierto universal, el amor, aunque desgraciado, supera las fronteras de la muerte. Y entre los motivos folclóricos que configuran la historia, destacamos el poder del cante, que como el del Conde Niño detiene la naturaleza, representada por las “águilas que van volando”: este poder mágico de la música hechiza a la reina haciéndole pensar en las míticas sirenas; el diálogo de la madre y la doncella que revela también un gran tema flamenco, los celos. En este caso, los celos de la madre porque el muchacho viene a buscar a su hija y no a ella. Y la venganza cruel: la muerte de los dos jóvenes amantes por decisión inmisericorde de la despechada reina-madre. Todo esto aderezado con elementos sobrenaturales: el valor simbólico del agua en la mágica mañana de San Juan, momento extraordinariamente propicio para el encuentro amoroso; la floración milagrosa de un rosal, símbolo del amor más allá de la muerte, con un letrero que denuncia la tremenda tragedia de estos dos amantes, que han muerto “hartos de tanto penar”. Con una reflexión con que finaliza la versión flamenca: “Desgraciado del que llevó su caballo al agua y lo trajo sin poder beber”: caballo y jinete juntos son metáfora cumplida de lo masculino por excelencia, en una situación de máximas expectativas de satisfacciones amorosas, la gran sed, que desgraciadamente en esta trágica historia no se satisface.

   Romance y flamenco han unido, en más de un momento a lo largo de un dilatado devenir, sus historias. El Romancero hunde sus raíces con más profundidad en los viejos tiempos medievales, pero lo que nos importa a nosotros en este caminar en común es que sus cauces se juntan enriqueciendo la rivera muchas veces común.

   La bella y joven gitana Preciosa en La Gitanilla se lanza en varios momentos de su historia a cantar romances, acompañada de sus sonajas, dando en redondo largas y ligerísimas vueltas, y canta sus romances “al tono correntío y loquesco”, según se puntualiza en un caso. Cervantes es de fiar: su personal percepción de Andalucía, y en especial de Sevilla, donde estuvo viviendo más de una década, se apuntala sólidamente con múltiples experiencias personales, y yo creo que es uno de los primeros escritores en presentar, de modo vivísimo, una fiesta flamenca en aquel patio de la casa trianera de Monipodio, donde la Escalanta, la Gananciosa y la Cariharta, tres mozas del partido de armas tomar, acompañadas del propio capo del latrocinio, y delante de sus rufianes y los recién llegados Rinconete y Cortadillo, se marcan unos bailes al son de sus propios cantes, unas seguidillas “a lo rufo”, las primeras que nos han llegado, y con los instrumentos más simples y elementales, un pandero, una caña y dos tejoletas que hacen de castañuelas.

   Pero no sabemos, a ciencia cierta, qué era eso del tono loquesco y correntío, que escribe Cervantes en La Gitanilla, ni qué era el verso correntío ni el romance correntío. “Yo creo –escribió, en 1953, don Ramón Menéndez Pidal que no sabía casi nada de flamenco pero sí más que nadie de romances– que tono correntío se relaciona claramente con el nombre de corridos que se da a los romances en Andalucía y en América, canto seguido, propio para una larga relación en monorrima, a diferencia del canto de mayor desarrollo musical, propio para una copla suelta”. Es curioso que el repertorio de Preciosa esté compuesto sólo por romances, a recreación general de la época. Está claro, pues, que corridos –y otras denominaciones de menos uso– es como se denomina a los romances en Andalucía, sobre todo, cuando se relacionan con el flamenco, por la forma seguida y monorrima de cantarse éstos.

   Hubo después de la época cervantina, en la siete veces centenaria historia del Romancero, desde las primeras décadas del siglo XVII hasta principios del XIX, un largo periodo de tiempo en barbecho: el romance se perdió casi por completo, porque se desprestigió entre las clases cultas, y se aplebeyó de tal manera, que las autoridades ilustradas llegaron a prohibirlo en las escuelas. El Romancero se refugió en la memoria colectiva popular, sobre todo la rural, y sólo renace con el empuje de los escritores románticos, en los primeros decenios del Ochocientos, cuando se vuelve a poner de moda la cultura popular y con ella revive el prestigio de la literatura tradicional, de la que el romance es el género referencial. Y otra vez Romancero y Flamenco aparecen de la mano.

   El primer romance de que se tiene noticia en la tradición moderna, según la documentación que poseemos, es Gerineldo, cantado por dos gitanos en el patio de la Cárcel de Señores de Sevilla. Allí lo oyó (y lo copió) el erudito Bartolomé José Gallardo que, por razones políticas, estaba en ese momento encarcelado. Corría el mes de enero de 1825, y los que cantaron fueron Curro el Moreno, de Marchena, y Pepe Sánchez. Gallardo no saldría de su asombro al escuchar en aquel lugar y por aquellos hombres lo que había leído impreso en viejas ediciones del siglo XVI, nada menos que el precioso romance de origen carolingio del que luego se han venido recolectando cientos de versiones en tiempos recientes. Días después estos mismo informantes le cantaron una versión de La condesita (que se conoce también con los títulos de El conde Sol o La boda estorbada). En realidad, estos dos romances se cantan juntos en Andalucía, La Condesita como segunda parte o desenlace de Gerineldo.

   Este es, como digo, el primer hallazgo importante con que se inaugura la era moderna en la historia del Romancero, y no deja de ser significativo que hayan sido dos gitanos sevillanos los primeros informantes de esta etapa del Romancero en la que nos encontramos.

   Fue el malagueño Serafín Estébanez Calderón, representante del costumbrismo literario, uno de los primeros en detenerse en los romances andaluces que los cantaores flamencos de aquí divulgaban. En 1839 escribe desde esta ciudad al erudito Pascual de Gayangos: “Voy recogiendo algunos romances orales que se encuentran en la memoria de los cantaores… romances que no se encuentran en ninguna colección de las publicadas, ni antigua ni moderna. El uno es el romance de Gerineldos, otro es el del Ciego de la Peña, y me han prometido cantarme y dejarme aprender otro que se llama el de La princesa Celinda… Si me preguntas por qué estos romances no se hallan impresos, de dónde han venido, por qué se han conservado en esta parte de Andalucía y no en otra parte, son cuestiones que no podré satisfacer cumplidamente”.

   En sus Escenas andaluzas, publicadas en 1847, daba a conocer dos versiones nuevas de los dos romances antes citados, y las ponía en boca de otro flamenco, El Planeta, que los cantaba, según cuenta en su cuadro “Baile en Triana”, en la fiesta nocturna de la noche sevillana: “Se amenizaba de vez en cuando la fiesta –escribe don Serafín– con el cante de algún romance antiguo, conservado oralmente por aquellos trovadores no menos románticos que los de la Edad Media, romances que señalaban con el nombre de corridas, sin duda, por contraposición a los polos, tonadas y tiranas, que van y se cantan por coplas o estrofas sueltas… En tanto, hallándome en Sevilla, dispuse asistir a algunas de estas fiestas. El
Planeta, El Fillo, Juan de Dios, María de las Nieves, La Perla y otras notabilidades, así de canto como de baile, tomaban parte en la función. Entramos apunto de que El Planeta, veterano cantador, y de gran estilo, según los inteligentes, principiaba un romance o corrida, después de un preludio de la vihuela y dos bandolines, que formaban lo principal de la orquesta… Comenzó el cantador por un prolongado suspiro, y después de una brevísima pausa dijo el siguiente lindísimo romance del Conde del Sol, que por su sencillez y sabor antiguo, bien demuestra el tiempo a que debe el ser: Grandes guerras se publican / entre España y Portugal // y al conde del Sol le nombran / por capitán general… La música con que se cantan estos romances es un recuerdo morisco todavía. Sólo en muy pocos pueblos de la Serranía de Ronda, o de la tierra de Medina o Jerez es donde se conserva esta tradición árabe, que se va extinguiendo poco a poco, y desaparecerá para siempre…”

   Es curioso –y desde luego esto hay que contemplarlo dentro del contexto que aquí estamos exponiendo de la estrecha relación Romancero / Flamenco– que la versión de La Condesita que cantaba Antonio Mairena (y anda por ahí muy bien grabada), una versión espléndida como todas las suyas, sea casi idéntica a la que el escritor malagueño transcribió en su obra poniendo el romance en boca de El Planeta. Este descubrimiento, que hizo Diego Catalán, el gran especialista del Romancero en los tiempos actuales, abrió las puertas al fructífero estudio de las relaciones entre Romancero / Flamenco, según me voy a referir algo más adelante.

   Pocos años después, la Fernán Caballero ofrecía en algunas de sus novelas testimonios de la existencia del Romancero en Andalucía y su actualización por los flamencos; en La Gaviota (1856) se lee un párrafo muy citado por los estudiosos, pero que no está de más recordar aquí: “El pueblo andaluz –dice– tiene una infinidad de cantos; son éstos boleras ya tristes, ya alegres; el ole, el fandango, la caña, tan linda como difícil de cantar y otros con nombre propio, entre los que sobresale el romance. La tonada, no nos atrevemos a asegurar que, puesta en música, pudiese satisfacer a los dilettanti, ni a los filarmónicos. Pero en lo que consiste su agrado (por no decir encanto) es en las modulaciones de la voz que lo canta; es en la manera con que algunas notas se ciernen, por decirlo así, y mecen suavemente,
bajando, subiendo, arreciando el sonido o dejándolo morir. Así es que el romance, compuesto de muy pocas notas, es dificilísimo cantarlo bien y genuinamente. Es tan peculiar del pueblo, que sólo a estas gentes, y de entre ellas a pocos, se lo hemos oído cantar a la perfección; parécenos que los que lo hacen, lo hacen como por intuición. Cuando a la caída de la tarde, en el campo se oye a lo lejos una buena voz cantar el romance con melancólica originalidad, causa un efecto extraordinario…”

   Estos autores de la primera parte del siglo XIX, como algunos que vinieron después, señalaron la dificultad musical que apreciaban en la actualización de estos romances por los transmisores, en especial por los cantaores flamencos. Todos hablan de que melódicamente mostraban claras huellas de músicas de canciones folclóricas diseminadas por la geografía peninsular y recuerdos de melodías de diversas razas y pueblos que se habían establecido en España a lo largo de su historia, dejando aquí su peculiar impronta. Todos coincidieron en resaltar, por ejemplo, un cierto aire melódico morisco. En realidad, pienso, no sabían muy bien cómo explicarse la peculiaridad musical flamenca.

   En este sentido escribe José Blas Vega: “El romance en Andalucía, dentro de su íntimo desarrollo melódico, tuvo una transformación musical en la práctica –escasa– de los cantaores flamencos, al adaptarlo a la guitarra, siendo preferentemente la música empleada, según las versiones que nos han llegado, la misma que se utiliza en la provincia de Cádiz para la alboreá, o sea, una especie de soleá bailable.”

   Claro que a mí, como filólogo, no me interesa tanto la música con que se canta, como las letras, los textos. Y en esto la singularidad del romancero flamenco, en especial el de los gitanos, es impagable. Sus temas son únicos en la tradición moderna. Se trata de una rareza temática, ya que algunos de estos gitanos conservaron romances de asuntos épico-históricos, que de ninguna manera se cantan por Andalucía (me refiero, claro es, al romancero común que se oye por aquí); sólo se encuentran algunas versiones por el Norte peninsular que es mucho más conservador, en esto de la literatura tradicional, y entre los sefardíes de algunas comunidades panhispánicas.

   En esta línea, una de las encuestas más fructíferas que se han llevado a cabo en España a lo largo de toda la tradición moderna, es la que hizo en Sevilla, en 1912, Manuel Manrique de Lara, que trabajaba para el Centro de Estudios Históricos que dirigía don Ramón Menéndez Pidal. Manrique de Lara encuestó a un gitano oriundo del Puerto de Santa María, que vivía en Sevilla en la trianera calle Pureza. Se llamaba Juan José Niño, y sabía, y cantaba, una colección de romances nunca hasta entonces oídos por estas tierras: El moro que reta a Valencia, Destierro del Cid, Conde Claros preso, Fierabrás. Quejas de doña Urraca, Gaiferos libera a Melisendra, Bernardo se entrevista con el rey, Roncesvalles, etc. Una sorpresa para los estudiosos del Romancero, que a partir de este repertorio se han esforzado en desentrañar los misterios de este Romancero tan peculiar. Nosotros, en la Fundación Machado, hemos publicado, por primera vez, este corpus completo.

   Los gitanos de determinadas zonas de la Andalucía occidental (Sevilla, Puerto de Santa María, Lebrija, Utrera, Morón, Mairena del Alcor, y pocas más) han mantenido a lo largo de los tiempos este romancero especial. En realidad, Juan José Niño está considerado, para los especialistas del Romancero (y del Flamenco), el gran eslabón en la cadena de la tradición romancística de la minoría gitana, que se había iniciado con los primeros informantes de principios del siglo XIX, citados anteriormente, y que había divulgado el romancero por medio del flamenco. Esta cadena la continuarían Antonio Mairena, José de los Reyes, el Negro, y otros, que han guardado este romancero excepcional, estudiado por Francisco Vallecillo, José Blas Vega, Luis Suárez y otros.

   ¿De dónde procede? ¿Qué es lo que ha pasado? Sin duda alguna este romancero excepcional procede de los pliegos de cordel, que originariamente empezaron a aparecer en los mismos comienzos del siglo XVI. Estos pliegos, editados, por lo general, con poco cuidado y en papel muchas veces deleznable, se divulgaron fácilmente no sólo por la Península, sino que viajaron con los españoles por toda Europa y la América recién descubierta. Los vendían los charlatanes, ciegos y gente marginada. En esos pliegos
aprendieron los gitanos estos sorprendentes romances, y se los pasaron de padres a hijos, muy celosos de este patrimonio que como minoría conservaron –y ya se sabe que las minorías son muy conservadoras– con la máxima discreción, y si bien en tiempos anteriores (estoy hablando del siglo XIX y una parte del XX) los cantaban profesionalmente para ganarse la vida ni más ni menos que como los juglares de épocas pretéritas, su práctica ha tenido preferentemente un carácter privado, interpretándose en fiestas familiares e íntimas, como las bodas gitanas, donde, como se sabe, los romances y las alboreás han sido los estilos preferidos. Incluso en no pocas de las alboreás se cuelan fragmentos de romances, que también se cantan como nanas. Yo he oído –como muchos de ustedes, a buen seguro– a Antonio Mairena cantar un extraordinario Romance de Bernardo del Carpio, que comienza : “Salió Bernardo a cazar / una nochecita oscura”, que se nos ha conservado grabado
acompañado a la guitarra por Paco Aguilera y Moraíto Chico en la edición de sus obras que reunió la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Ese romance –que de ninguna manera se conoce entre los informantes comunes del romancero andaluz– pertenece al grupo del repertorio especial que les estoy indicando.

   Un día de agosto de 1985, en el Puerto de Santa María, con Diego Catalán, Luis Suárez y otros investigadores del Romancero, conocí a Juana y Alonso, del Cepillo, y a José de los Reyes, el Negro. Este último, con el que echamos casi todo el día, nos cantó una parte de su repertorio: los textos estaban algo deturpados e incompletos, pero nos impresionó oír en la voz de un gitano flamenco, cuando ya el siglo XX se enderezaba a su recta final, las viejas historias, aunque fragmentadas, de Gaiteros, Conde Grifos, Bernardo y Durandarte, que habían deleitado a los oyentes de la Edad Media y de los Siglos de Oro. Y también El romance de la monja, que es más moderno, pero muy raro de encontrar por estas tierras. A Diego Catalán, el nieto de don Ramón Menéndez Pidal, se le caían las lágrimas de emoción. El Negro nos confesó que aquellos romances los había aprendido de su padre, un gitano de Paterna de la Rivera, que no los cantaba nada más que en la intimidad, y cuando estaba bien seguro de que ningún extraño le oía. Cosas de la tradición de esta minoría. Además aquellos gitanos del Puerto, por las grabaciones que conserva Luis Suárez, seguían cantando, en 1958, en su forma auténtica la versión de La Condesita (o El Conde Sol), que, según Estébanez Calderón, había oído a El Planeta en aquella fiesta de Triana.

   Además la cantaban sin los aderezos románticos que le había añadido El Solitario y había luego publicado Agustín Durán en su gran Romancero General de 1849-1851. Aquella tarde de agosto de 1985 nos enteramos que Antonio Mairena había aprendido los romances que cantaba de una grabación hecha por Luis Suárez, en 1958, a El Bengala, gitano también de El Puerto que conocía, por tradición oral, La Condesita y el Gerineldo que se cantaba en los primeros años del siglo XIX. Antonio Mairena hizo una primera grabación de La Condesita, acompañado a la guitarra por Niño Ricardo y por Melchor de Mairena, para La gran historia del cante gitano-andaluz, que apareció con el sello de “Columbia”. El maestro Mairena, en su actualización del romance al flamenco, es, sin duda, uno de los que mejor han logrado el acoplamiento del romance a la soleá por bulerías.

   La existencia de un Romancero gitano, que se manifestaba a través del flamenco, era una realidad ya incontestable, al margen de su leyenda literaria, que se había divulgado a partir de las noticias “costumbristas” del escritor malagueño. Y esto para los filólogos, como he dicho, ha sido una noticia valiosísima, que nos ha aclarado algunos problemas de transmisión de este viejo género literario hispano.

   Pero también para los estudiosos del flamenco el romance ha ido aclarando algunos misterios, de los muchos que lo rodean. Escribe Manuel Ríos Ruiz: “Con la grabación hoy de los romances en línea primitiva, a la vieja usanza, sin acompañamiento musical, damos un paso hacia el nebuloso origen del cante, pues sus músicas pueden permitir elaboraciones y estudios comparativos para determinar hechos más concretos a los que ya sabíamos, para fijar el valor musical que tuvieron directamente o en concomitancia con estilos muy concretos como son las tonás, los martinetes y las alboreás. Al escucharlos se puede observar que todos estos romances pertenecen a las mismas características melódicas, cadenciales y expresivas. Y se encuentra en ellos, de manera fundamental, dos fórmulas melódicas que se dan en tonás y martinetes”.

   Nos les quiero cansar más, ni robar más tiempo a los protagonistas de esta noche flamenca malagueña, los cantaores. Sólo he pretendido darles unos apuntes, muy someros, de las relaciones del Romancero, el más antiguo de los géneros literarios que caracterizan la cultura hispana, con el Flamenco, el arte más genuino que caracteriza la cultura andaluza."

Extraído de: http://www.malaga.es/subidas/archivos/1/3/arc_133855.pdf


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