Artículo sobre el tema que en los últimos posts nos ocupa, el Romance, se trata de una conferencia de Pedro Piñero, titulada: Romancero y Flamenco. Os dejo el artículo y el enlace. Creo que es un artículo bastante interesante, resume la historia y evolución del romancero, romances más conocidos y su relación con el flamenco. Espero que os guste. Saludos flamencos.
ROMANCERO Y FLAMENCO
(Pedro Piñero)
"Me ha dicho Bonela hijo
que esta noche nos va a cantar el Romance del Conde Niño, y me parece un acierto, y
un regalo para todos nosotros, porque así vamos a poder escuchar una vez más este preciso
romance, justamente en la versión que, hace bastante tiempo ya, grabara el gran Antonio
Mairena. El texto completo dice lo siguiente:
Se levantó el Conde Niño
una mañana de San Juan
y a dar agua a su caballo
y a la orillita del mar.
Mientras su caballo bebe
echaba el niño a cantar:
águilas que van volando
¡ay! se paraban a escuchar.
La reina que lo estaba
oyendo en su palacio real:
–Mira, niña, cómo
canta la serena de la mar.
–No es la serena, mi
mare, ni tampoco el serenal,
que es el hijo del rey
Conde, ¡ay! que por mí penando está.
–Si es el hijo del rey
Conde cuatro tiros le han de dar.
¡Ay! Otros cuatro a su
caballo, y a la orillita del mar.–
Pasa uno y pasan dos y
la niña mala está:
mueren la niña y el
Conde; ahí los llevan a enterrar.
Y Jesús de los Milagros
hizo florecer un rosal
con un letrero que dice:
“Harto de tanto penar”
“Desgraciaíto,
desgraciao del que llevó su caballo al agua y se lo trajo sin
beber”.
Este bello texto es uno
de los romances más extendidos por la tradición moderna, desde el siglo XIX hasta
hoy. Todavía se oye, y mucho, por la Península, y naturalmente por tierras andaluzas, donde
hemos recogido en nuestras investigaciones numerosas versiones, muchas de ellas muy
parecidas a la que cantaba Mairena y canta ahora Bonela. Lo más llamativo es que este
romance se conocía ya en el siglo XV, y es uno de los más tempranamente
documentados en la tradición antigua. Su primera noticia se
encuentra en un cancionero londinense
del Cuatrocientos.
Es esta una de las
baladas más hermosas no sólo de entre las españolas, sino también de las europeas. Una
apretada gavilla de motivos folclóricos, que tienen mucho que ver
con los preferidos en
numerosas coplas flamencas, conforman el tema, un tema por cierto universal, el amor,
aunque desgraciado, supera las fronteras de la muerte. Y entre los
motivos folclóricos que
configuran la historia, destacamos el poder del cante, que como el
del Conde Niño detiene la
naturaleza, representada por las “águilas que van volando”: este
poder mágico de la música hechiza a
la reina haciéndole pensar en las míticas sirenas; el diálogo de
la madre y la doncella que
revela también un gran tema flamenco, los celos. En este caso, los celos de la madre porque
el muchacho viene a buscar a su hija y no a ella. Y la venganza cruel: la muerte de los
dos jóvenes amantes por decisión inmisericorde de la despechada reina-madre. Todo esto
aderezado con elementos sobrenaturales: el valor simbólico del agua en la mágica mañana de
San Juan, momento extraordinariamente propicio para el encuentro amoroso; la floración
milagrosa de un rosal, símbolo del amor más allá de la muerte, con
un letrero que denuncia la
tremenda tragedia de estos dos amantes, que han muerto “hartos de tanto penar”. Con una
reflexión con que finaliza la versión flamenca: “Desgraciado del
que llevó su caballo al agua
y lo trajo sin poder beber”: caballo y jinete juntos son metáfora cumplida de lo masculino
por excelencia, en una situación de máximas expectativas de satisfacciones amorosas,
la gran sed, que desgraciadamente en esta trágica historia no se satisface.
Romance y flamenco han
unido, en más de un momento a lo largo de un dilatado devenir, sus historias.
El Romancero hunde sus raíces con más profundidad en los viejos tiempos medievales, pero
lo que nos importa a nosotros en este caminar en común es que sus cauces se juntan
enriqueciendo la rivera muchas veces común.
La bella y joven gitana
Preciosa en La Gitanilla se lanza en varios momentos de su historia a cantar
romances, acompañada de sus sonajas, dando en redondo largas y
ligerísimas vueltas, y canta sus
romances “al tono correntío y loquesco”, según se puntualiza en
un caso. Cervantes es de fiar: su
personal percepción de Andalucía, y en especial de Sevilla, donde estuvo viviendo más de
una década, se apuntala sólidamente con múltiples experiencias personales, y yo creo que
es uno de los primeros escritores en presentar, de modo vivísimo, una fiesta flamenca en
aquel patio de la casa trianera de Monipodio, donde la Escalanta, la Gananciosa y la
Cariharta, tres mozas del partido de armas tomar, acompañadas del
propio capo del latrocinio, y
delante de sus rufianes y los recién llegados Rinconete y
Cortadillo, se marcan unos bailes al son
de sus propios cantes, unas seguidillas “a lo rufo”, las primeras
que nos han llegado, y con
los instrumentos más simples y elementales, un pandero, una caña y dos tejoletas que hacen
de castañuelas.
Pero no sabemos, a
ciencia cierta, qué era eso del tono loquesco y correntío, que escribe Cervantes en La
Gitanilla, ni qué era el verso correntío ni el romance correntío.
“Yo creo –escribió, en
1953, don Ramón Menéndez Pidal que no sabía casi nada de flamenco
pero sí más que nadie de
romances– que tono correntío se relaciona claramente con el nombre
de corridos que se da a los
romances en Andalucía y en América, canto seguido, propio para una larga relación en
monorrima, a diferencia del canto de mayor desarrollo musical, propio
para una copla suelta”. Es
curioso que el repertorio de Preciosa esté compuesto sólo por
romances, a recreación general de
la época. Está claro, pues, que corridos –y otras denominaciones
de menos uso– es como se
denomina a los romances en Andalucía, sobre todo, cuando se relacionan con el
flamenco, por la forma seguida y monorrima de cantarse éstos.
Hubo después de la época
cervantina, en la siete veces centenaria historia del Romancero, desde las
primeras décadas del siglo XVII hasta principios del XIX, un largo periodo de tiempo en
barbecho: el romance se perdió casi por completo, porque se desprestigió entre las
clases cultas, y se aplebeyó de tal manera, que las autoridades
ilustradas llegaron a prohibirlo en
las escuelas. El Romancero se refugió en la memoria colectiva popular, sobre todo la
rural, y sólo renace con el empuje de los escritores románticos, en
los primeros decenios del
Ochocientos, cuando se vuelve a poner de moda la cultura popular y con ella revive el
prestigio de la literatura tradicional, de la que el romance es el
género referencial. Y otra vez
Romancero y Flamenco aparecen de la mano.
El primer romance de que
se tiene noticia en la tradición moderna, según la documentación que
poseemos, es Gerineldo, cantado por dos gitanos en el patio de la
Cárcel de Señores de Sevilla.
Allí lo oyó (y lo copió) el erudito Bartolomé José Gallardo que,
por razones políticas,
estaba en ese momento encarcelado. Corría el mes de enero de 1825, y
los que cantaron fueron Curro
el Moreno, de Marchena, y Pepe Sánchez. Gallardo no saldría de su asombro al escuchar en
aquel lugar y por aquellos hombres lo que había leído impreso en viejas ediciones del
siglo XVI, nada menos que el precioso romance de origen carolingio
del que luego se han venido
recolectando cientos de versiones en tiempos recientes. Días después estos mismo informantes
le cantaron una versión de La condesita (que se conoce también con los títulos de El conde
Sol o La boda estorbada). En realidad, estos dos romances se cantan juntos en Andalucía, La
Condesita como segunda parte o desenlace de Gerineldo.
Este es, como digo, el
primer hallazgo importante con que se inaugura la era moderna en la historia del
Romancero, y no deja de ser significativo que hayan sido dos gitanos sevillanos los primeros
informantes de esta etapa del Romancero en la que nos encontramos.
Fue el malagueño Serafín
Estébanez Calderón, representante del costumbrismo literario, uno de los
primeros en detenerse en los romances andaluces que los cantaores flamencos de aquí
divulgaban. En 1839 escribe desde esta ciudad al erudito Pascual de Gayangos: “Voy
recogiendo algunos romances orales que se encuentran en la memoria de
los cantaores… romances que
no se encuentran en ninguna colección de las publicadas, ni antigua ni moderna. El
uno es el romance de Gerineldos, otro es el del Ciego de la Peña, y me han prometido cantarme
y dejarme aprender otro que se llama el de La princesa Celinda… Si me
preguntas por qué estos romances no se hallan impresos, de dónde
han venido, por qué se han
conservado en esta parte de Andalucía y no en otra parte, son cuestiones que no podré
satisfacer cumplidamente”.
En sus Escenas andaluzas,
publicadas en 1847, daba a conocer dos versiones nuevas de los dos romances antes
citados, y las ponía en boca de otro flamenco, El Planeta, que los cantaba, según cuenta en
su cuadro “Baile en Triana”, en la fiesta nocturna de la noche sevillana: “Se
amenizaba de vez en cuando la fiesta –escribe don Serafín– con
el cante de algún romance antiguo,
conservado oralmente por aquellos trovadores no menos románticos que los de la Edad Media,
romances que señalaban con el nombre de corridas, sin duda, por contraposición a los
polos, tonadas y tiranas, que van y se cantan por coplas o estrofas sueltas… En tanto,
hallándome en Sevilla, dispuse asistir a algunas de estas fiestas.
El
Planeta, El Fillo, Juan
de Dios, María de las Nieves, La Perla y otras notabilidades, así
de canto como de baile,
tomaban parte en la función. Entramos apunto de que El Planeta, veterano cantador, y de
gran estilo, según los inteligentes, principiaba un romance o
corrida, después de un preludio
de la vihuela y dos bandolines, que formaban lo principal de la orquesta… Comenzó el
cantador por un prolongado suspiro, y después de una brevísima pausa dijo el siguiente
lindísimo romance del Conde del Sol, que por su sencillez y sabor antiguo, bien demuestra
el tiempo a que debe el ser: Grandes guerras se publican / entre España y Portugal // y
al conde del Sol le nombran / por capitán general… La música con que se cantan estos
romances es un recuerdo morisco todavía. Sólo en muy pocos pueblos
de la Serranía de Ronda, o
de la tierra de Medina o Jerez es donde se conserva esta tradición árabe, que se va
extinguiendo poco a poco, y desaparecerá para siempre…”
Es curioso –y desde
luego esto hay que contemplarlo dentro del contexto que aquí estamos exponiendo de la
estrecha relación Romancero / Flamenco– que la versión de La Condesita que cantaba
Antonio Mairena (y anda por ahí muy bien grabada), una versión espléndida como todas
las suyas, sea casi idéntica a la que el escritor malagueño
transcribió en su obra poniendo el
romance en boca de El Planeta. Este descubrimiento, que hizo Diego Catalán, el gran
especialista del Romancero en los tiempos actuales, abrió las
puertas al fructífero estudio de
las relaciones entre Romancero / Flamenco, según me voy a referir
algo más adelante.
Pocos años después, la
Fernán Caballero ofrecía en algunas de sus novelas testimonios de la
existencia del Romancero en Andalucía y su actualización por los flamencos; en La Gaviota
(1856) se lee un párrafo muy citado por los estudiosos, pero que no está de más recordar
aquí: “El pueblo andaluz –dice– tiene una infinidad de cantos;
son éstos boleras ya tristes, ya
alegres; el ole, el fandango, la caña, tan linda como difícil de
cantar y otros con nombre propio,
entre los que sobresale el romance. La tonada, no nos atrevemos a asegurar que, puesta en
música, pudiese satisfacer a los dilettanti, ni a los filarmónicos.
Pero en lo que consiste su
agrado (por no decir encanto) es en las modulaciones de la voz que lo canta; es en la manera
con que algunas notas se ciernen, por decirlo así, y mecen
suavemente,
bajando, subiendo,
arreciando el sonido o dejándolo morir. Así es que el romance,
compuesto de muy pocas notas, es
dificilísimo cantarlo bien y genuinamente. Es tan peculiar del
pueblo, que sólo a estas gentes,
y de entre ellas a pocos, se lo hemos oído cantar a la perfección; parécenos que los que lo
hacen, lo hacen como por intuición. Cuando a la caída de la tarde, en el campo se oye a lo
lejos una buena voz cantar el romance con melancólica originalidad, causa un efecto
extraordinario…”
Estos autores de la
primera parte del siglo XIX, como algunos que vinieron después, señalaron la dificultad
musical que apreciaban en la actualización de estos romances por los transmisores, en especial
por los cantaores flamencos. Todos hablan de que melódicamente mostraban claras huellas
de músicas de canciones folclóricas diseminadas por la geografía peninsular y recuerdos de
melodías de diversas razas y pueblos que se habían establecido en España a lo largo de su
historia, dejando aquí su peculiar impronta. Todos coincidieron en resaltar, por ejemplo, un
cierto aire melódico morisco. En realidad, pienso, no sabían muy bien cómo explicarse la
peculiaridad musical flamenca.
En este sentido escribe
José Blas Vega: “El romance en Andalucía, dentro de su íntimo desarrollo
melódico, tuvo una transformación musical en la práctica –escasa–
de los cantaores flamencos, al
adaptarlo a la guitarra, siendo preferentemente la música empleada, según las versiones que
nos han llegado, la misma que se utiliza en la provincia de Cádiz
para la alboreá, o sea, una
especie de soleá bailable.”
Claro que a mí, como
filólogo, no me interesa tanto la música con que se canta, como las letras, los textos. Y
en esto la singularidad del romancero flamenco, en especial el de los gitanos, es impagable.
Sus temas son únicos en la tradición moderna. Se trata de una
rareza temática, ya que algunos
de estos gitanos conservaron romances de asuntos épico-históricos, que de ninguna manera se
cantan por Andalucía (me refiero, claro es, al romancero común que se oye por aquí);
sólo se encuentran algunas versiones por el Norte peninsular que es mucho más conservador,
en esto de la literatura tradicional, y entre los sefardíes de
algunas comunidades
panhispánicas.
En esta línea, una de
las encuestas más fructíferas que se han llevado a cabo en España a lo largo de
toda la tradición moderna, es la que hizo en Sevilla, en 1912,
Manuel Manrique de Lara, que
trabajaba para el Centro de Estudios Históricos que dirigía don Ramón Menéndez Pidal.
Manrique de Lara encuestó a un gitano oriundo del Puerto de Santa María, que vivía en
Sevilla en la trianera calle Pureza. Se llamaba Juan José Niño, y
sabía, y cantaba, una colección
de romances nunca hasta entonces oídos por estas tierras: El moro
que reta a Valencia,
Destierro del Cid, Conde Claros preso, Fierabrás. Quejas de doña
Urraca, Gaiferos libera a
Melisendra, Bernardo se entrevista con el rey, Roncesvalles, etc.
Una sorpresa para los
estudiosos del Romancero, que a partir de este repertorio se han
esforzado en desentrañar los
misterios de este Romancero tan peculiar. Nosotros, en la Fundación Machado, hemos publicado,
por primera vez, este corpus completo.
Los gitanos de
determinadas zonas de la Andalucía occidental (Sevilla, Puerto de Santa María, Lebrija,
Utrera, Morón, Mairena del Alcor, y pocas más) han mantenido a lo largo de los tiempos este
romancero especial. En realidad, Juan José Niño está considerado, para los especialistas
del Romancero (y del Flamenco), el gran eslabón en la cadena de la tradición romancística
de la minoría gitana, que se había iniciado con los primeros informantes de principios
del siglo XIX, citados anteriormente, y que había divulgado el romancero por medio del
flamenco. Esta cadena la continuarían Antonio Mairena, José de los Reyes, el Negro, y otros,
que han guardado este romancero excepcional, estudiado por Francisco Vallecillo,
José Blas Vega, Luis Suárez y otros.
¿De dónde procede? ¿Qué
es lo que ha pasado? Sin duda alguna este romancero excepcional procede de
los pliegos de cordel, que originariamente empezaron a aparecer en los mismos comienzos del
siglo XVI. Estos pliegos, editados, por lo general, con poco cuidado y en papel muchas
veces deleznable, se divulgaron fácilmente no sólo por la Península, sino que
viajaron con los españoles por toda Europa y la América recién descubierta. Los vendían
los charlatanes, ciegos y gente marginada. En esos pliegos
aprendieron los gitanos
estos sorprendentes romances, y se los pasaron de padres a hijos, muy celosos de este
patrimonio que como minoría conservaron –y ya se sabe que las
minorías son muy conservadoras– con
la máxima discreción, y si bien en tiempos anteriores (estoy hablando del siglo XIX y
una parte del XX) los cantaban profesionalmente para ganarse la vida ni más ni menos que
como los juglares de épocas pretéritas, su práctica ha tenido preferentemente un
carácter privado, interpretándose en fiestas familiares e íntimas,
como las bodas gitanas, donde,
como se sabe, los romances y las alboreás han sido los estilos preferidos. Incluso en no
pocas de las alboreás se cuelan fragmentos de romances, que también se cantan como
nanas. Yo he oído –como muchos de ustedes, a buen seguro– a Antonio Mairena cantar un
extraordinario Romance de Bernardo del Carpio, que comienza : “Salió Bernardo a
cazar / una nochecita oscura”, que se nos ha conservado grabado
acompañado a la guitarra
por Paco Aguilera y Moraíto Chico en la edición de sus obras que reunió la Consejería de
Cultura de la Junta de Andalucía. Ese romance –que de ninguna manera se conoce entre
los informantes comunes del romancero andaluz– pertenece al grupo del repertorio especial
que les estoy indicando.
Un día de agosto de
1985, en el Puerto de Santa María, con Diego Catalán, Luis Suárez y otros
investigadores del Romancero, conocí a Juana y Alonso, del Cepillo,
y a José de los Reyes, el Negro.
Este último, con el que echamos casi todo el día, nos cantó una
parte de su repertorio: los
textos estaban algo deturpados e incompletos, pero nos impresionó
oír en la voz de un gitano
flamenco, cuando ya el siglo XX se enderezaba a su recta final, las
viejas historias, aunque
fragmentadas, de Gaiteros, Conde Grifos, Bernardo y Durandarte, que habían deleitado a los
oyentes de la Edad Media y de los Siglos de Oro. Y también El romance de la monja, que
es más moderno, pero muy raro de encontrar por estas tierras. A Diego Catalán, el nieto
de don Ramón Menéndez Pidal, se le caían las lágrimas de emoción. El Negro nos confesó que
aquellos romances los había aprendido de su padre, un gitano de Paterna de la Rivera, que
no los cantaba nada más que en la intimidad, y cuando estaba bien seguro de que ningún
extraño le oía. Cosas de la tradición de esta minoría. Además aquellos gitanos
del Puerto, por las grabaciones que conserva Luis Suárez, seguían cantando, en
1958, en su forma auténtica la versión de La Condesita (o El Conde Sol), que, según
Estébanez Calderón, había oído a El Planeta en aquella fiesta de
Triana.
Además la cantaban sin
los aderezos románticos que le había añadido El Solitario y había luego publicado Agustín
Durán en su gran Romancero General de 1849-1851. Aquella tarde de agosto de 1985 nos
enteramos que Antonio Mairena había aprendido los romances que cantaba de una grabación
hecha por Luis Suárez, en 1958, a El Bengala, gitano también de El Puerto que conocía, por
tradición oral, La Condesita y el Gerineldo que se cantaba en los primeros años del siglo
XIX. Antonio Mairena hizo una primera grabación de La Condesita, acompañado a la guitarra
por Niño Ricardo y por Melchor de Mairena, para La gran historia del cante gitano-andaluz,
que apareció con el sello de “Columbia”. El maestro Mairena, en
su actualización del
romance al flamenco, es, sin duda, uno de los que mejor han logrado
el acoplamiento del romance
a la soleá por bulerías.
La existencia de un
Romancero gitano, que se manifestaba a través del flamenco, era una realidad ya
incontestable, al margen de su leyenda literaria, que se había
divulgado a partir de las noticias
“costumbristas” del escritor malagueño. Y esto para los
filólogos, como he dicho, ha sido una
noticia valiosísima, que nos ha aclarado algunos problemas de transmisión de este
viejo género literario hispano.
Pero también para los
estudiosos del flamenco el romance ha ido aclarando algunos misterios, de los muchos
que lo rodean. Escribe Manuel Ríos Ruiz: “Con la grabación hoy de los romances en línea
primitiva, a la vieja usanza, sin acompañamiento musical, damos un paso hacia el nebuloso
origen del cante, pues sus músicas pueden permitir elaboraciones y estudios comparativos
para determinar hechos más concretos a los que ya sabíamos, para
fijar el valor musical que
tuvieron directamente o en concomitancia con estilos muy concretos como son las tonás, los
martinetes y las alboreás. Al escucharlos se puede observar que
todos estos romances pertenecen
a las mismas características melódicas, cadenciales y expresivas. Y se encuentra en ellos,
de manera fundamental, dos fórmulas melódicas que se dan en tonás y martinetes”.
Nos les quiero cansar
más, ni robar más tiempo a los protagonistas de esta noche flamenca malagueña, los
cantaores. Sólo he pretendido darles unos apuntes, muy someros, de las relaciones del
Romancero, el más antiguo de los géneros literarios que
caracterizan la cultura hispana, con el
Flamenco, el arte más genuino que caracteriza la cultura andaluza."
Extraído de: http://www.malaga.es/subidas/archivos/1/3/arc_133855.pdf
Extraído de: http://www.malaga.es/subidas/archivos/1/3/arc_133855.pdf
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